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Image credit: © Bob DeChiara-USA TODAY Sports

Traducido por Marco Gámez

Hoy, cuando el auténtico poder histórico de las Grandes Ligas está en su cúspide, los actos heroicos durante la postemporada de Enrique Hernández y Luis Robert han acaparado gran parte de la atención. El conservadurismo inherente al béisbol ha entrado en su fase menguante, dando paso al dramatismo del béisbol de octubre. Es irónico que el deporte aplauda de manera casi automática a estos dos talentos, cuyos nombres fueron adaptados por el lenguaje colectivo de los expertos y del público de MLB por igual, aunque sean sus nombres los que la gente parece no entender bien.

Este no es un fenómeno nuevo. La forma que hemos elegido colectivamente para dirigirnos a Hernández y Robert refleja la forma en que históricamente nos hemos dirigido a los jugadores de color. Basta con ver la siguiente barajita de béisbol:

Hank. Bob. Richie.

Henry Aaron prefería su nombre de pila. Roberto Clemente rechazó ser “Bob” o “Bobby” e hizo pedidos explícitos y reiterados a los medios de comunicación para que lo llamaran por su nombre de pila. Dick Allen dejó en claro que quería que lo llamaran Dick. No se trata de que haya pasado en su barajita de novato. Es que aun cuando habían transcurrido varios años en las respectivas carreras de esos jugadores todavía encontrarás sus barajitas de béisbol adornadas con sus nombres no preferidos. Los medios de comunicación tampoco respetaron sus nombres preferidos.

Ahora, Hernández y Robert tienen sus propias preferencias sobre cómo se presentan y se pronuncian sus nombres y, al igual que sus predecesores, son diferentes de los que la gente usa. Empezaremos con Robert, porque es más sencillo y debería haberse resuelto hace cuatro años. Esta es una cita de 2017, tomada de Parkins y Spiegel, donde el propio Robert aclara la pronunciación de su apellido:

“En Cuba, la gente me llama más como ‘Roh-bér’”, dijo Robert. “Los extranjeros [pronuncian la última letra]. Pero en Cuba, es ‘Roh-bér’ “.

Si escuchas el audio, es bastante claro. En Cuba, hacen rodar la R y la primera sílaba hace un sonido “Roh”, mientras que la segunda mitad suena como “burr”, mientras que “se comen” la T. Fuera de Cuba, la primera mitad es similar, pero la segunda mitad hace un sonido a “burt”. De cualquier manera, ninguna de los dos es similar a la pronunciación con la cual el equipo ha instruido a las personas para que usen:

“RAH-bert”. La pronunciación que sugieren los White Sox es la versión más anglicanizada, y no se parece en nada a cómo la oirías pronunciada en Cuba. No solo no lo hacen bien, sino que están completamente equivocados. Ambas sílabas son incorrectas. Para colmo de males, los fanáticos lo han bautizado con un apodo híper anglicanizado: LuBob, una particular combinación de Luis y Robert. Lo mismo que hicimos con Aaron, Allen y Clemente, lo hemos hecho con Robert.

Muchos de estos problemas surgen de una deliberada muestra de restar importancia o de un abundante desconocimiento de otros idiomas y culturas, pero con Hernández, la confusión es más razonable. Tomada de MLB,  esta es la guía oficial de pronunciación de los Red Sox:

No es necesario tener un título en lingüística para discernir la incongruencia entre la ortografía del nombre de Hernández y la pronunciación sugerida. Eso es porque, sin el acento agudo, el apodo de Hernández puede confundirse con un insulto antisemita, por lo que, como colectivo, hemos decidido tomarnos la libertad de agregar un acento sobre la E en su apodo.

Es comprensible por qué la gente quiere evitar deletrear el apodo de Hernández como se presenta habitualmente. Desprovisto de contexto, puede resultar impactante verlo. Si bien esa es una razón legítima para no querer escribirlo de la manera tradicional, agregar un acento agudo sobre la E en el nombre de Hernández solo resuelve el problema en el sentido de que crea uno diferente: cambia su pronunciación. Su apodo se pronuncia “KEE-kay”. Con el acento añadido, cambia la pronunciación a “kee-KAY”, similar al apellido del futbolista Gerard Piqué.

Estas son circunstancias atenuantes, en las que no todos pueden quedar satisfechos. Hernández debería poder presentar su apodo tal cual, porque no es un insulto en su idioma. Pero además, la gente lo va a leer como tal. Esto es algo que tenemos que hacer bien o, al menos, no mal. ¿Qué ocurre ahora? Que nos equivocamos.

Parece que Robert ha suavizado su postura con el tiempo y ha aceptado su “RAH-bert” no preferido, dado que es más fácil de manejar para los estadounidenses, y Hernández ha dicho que está dispuesto a usar la E con acento para evitar controversias. Pero, de nuevo, ese es el problema. Lo que parece benigno es, de hecho, bastante hostil. No solo estamos imponiendo un cambio de identidad a los jugadores para priorizar nuestra propia comodidad, sino que también les estamos indicando implícitamente que nuestra pronunciación es la apropiada y la de ellos no. Llámalo como quieras: anglocentrista, americanocentrista: es un problema y los jugadores lo sienten. Esta era la norma de otrora, y aunque puede haber mejorado, claramente no ha dejado de existir.

Todo esto conduce hacia la asimilación cultural. En lugar de aculturación, donde partes de nosotros mismos son independientes pero entremezcladas, como en una ensaladera, la asimilación es donde perdemos partes de nosotros mismos para respetar a la cultura dominante. Esto es lo que está en juego cuando la cultura dominante impone sus ideales a un grupo minoritario. Es un proceso insidioso que, si bien se presenta de una manera muy bonita, envuelto y adornado con un pequeño lazo, eleva a la Blancura y subyuga a las personas de color. Es, en el mejor de los casos, etnocéntrico y, en el peor, racista.

Tomar jugadores y ponerles apodos americanizados es en sí mismo asimilativo y contribuye a la mentalidad colonial. ¿Cuando los jugadores como Luis Robert usan apodos, especialmente los que ellos se auto otorgan, como La Pantera? Eso es integrador y empodera a los jugadores. No hay mejor escenario para celebrar y aprender más unos de otros que a través de los deportes. Jugadores como Hernández y Robert nos han mostrado cortesía al hacer concesiones con sus nombres. Ciertamente podríamos corresponder a esto aprendiendo sobre otras culturas y aprendiendo, en ese proceso, algunas reglas de acentuación.

Algunos lo han reconocido. Hace apenas unas semanas, Jon Morosi realizó, posterior al juego, una entrevista a Randy Arozarena en la cual Morosi actuó como entrevistador y traductor. No es la primera vez que hace esto, y lo ha descrito como “tanto una señal de respeto…como una necesidad si queremos contar sus historias con el mayor contexto cultural posible”.

Morosi entiende que la aculturación no corresponde únicamente a los jugadores, tenemos que encontrarnos con ellos a mitad de camino, si acaso no un poco más allá. No hacerlo no solo perjudica a los jugadores de color, sino también a todos los demás. Morosi ha sido recibido con un nivel rotundo de respaldo y paciencia por parte de los jugadores de habla hispana. El resultado es una profundización del respeto, en el sentido de que ambas partes comprenden realmente lo difícil que es hablar en un segundo idioma ante un gran escenario, pero también, una comprensión más precisa y enriquecedora de los jugadores.

La solución es simple, una que no tendría ni que decirse: llame a los jugadores por sus nombres preferidos. Para Luis Robert, deberíamos decir una aproximación a la forma en que se dice su nombre en Cuba, con o sin la T, no como si fuera el nombre de un europeo. La única excepción a esta regla parece ser escribir Enrique Hernández cuando se trate de algo impreso y usar su apodo cuando se le mencione oralmente.

Esta, para mí, es una conversación aun en desarrollo, una con la que quiero continuar con delicadeza y cortesía. Obtener los nombres correctos de las personas puede ser un tema complejo en ocasiones, pero también es de mínimo esfuerzo. Para minimizar el estrés aculturativo de los jugadores, tenemos mucho por aprender, y tal vez incluso hacer más desaprendizaje. Por ahora, usaremos esto como un punto de partida, pero tendremos que continuar esta conversación porque es mucho más profunda. ¿Mientras tanto? Es Enrique, no Kiké.

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