Traducido por Marco Gámez
Lo único que me gusta más que los libros y el béisbol es la comida del desayuno. Mi predilección por las tortillas, las panquecas, el pan tostado, la tocineta, las crepes, los huevos benedictinos y el resto del menú servido hasta las 11 atestigua no solo mi ingenuidad sobre los niveles de colesterol (bastante buenos, de verdad, ¡gracias a la medicina Crestor!) y el consumo de carbohidratos (sin comentarios), sino también el haber pasado toda mi vida en Nueva Jersey, el estado de los cafeterías. Debido a que Nueva Jersey funciona como un pasillo entre Nueva York y Filadelfia, tenemos más de 500 de los pequeños y convenientes lugares que bordean nuestras muchas carreteras y la mayoría de ellos sirven desayuno durante todo el día. ¿Quieres tener un brunch dominical, solo tú y papá mientras mamá duerme hasta tarde? Dirígete a uno de esos restaurantes. ¿Necesitas comer algo a medianoche después de ir a un concierto y ya cenaste pero quieres que ese algo no sea exactamente un postre? Ve a ese cafetería. ¿Acabas de romper con Melissa y estás solo en el estacionamiento de un cine azotado por el viento en las horas del crepúsculo? Ve a ese pequeño restaurante; comete un waffle. Le pondrán crema batida. Qué demonios, mejor comete dos. Vas a estar sin ella durante mucho tiempo.
Entre la pandemia y el actual cierre patronal de las Grandes Ligas de Béisbol, las tres patas que componen el trípode de mi existencia se han derrumbado. No he ido a librerías, ni a esos cafeterías y ahora no hay ni una verdaderamente agitada temporada baja. Solía ser un hombre muy particular, pero ahora soy como todos los demás, devaluando mi vida viendo Netflix y otros servicios de cable en lugar de consumir mis propias drogas peculiares. Por la falta de un plato de huevos fritos y un intercambio de Matt Olson, una identidad cuidadosamente forjada desapareció de la existencia.
¿Cómo podemos todos recuperarnos de esto? Expansión. Cuando el béisbol estaba desalineado geográficamente con la población estadounidense, ¿cuál fue la solución? Expansión. Cuando los poderosos enanos medievales del béisbol permitieron que Bud Selig se robara la franquicia de los Seattle Pilots y, con justicia, fueron demandados ¿cómo salieron de eso? Expansión. ¿La colusión y los daños resultantes costaron a los propietarios unas pocas monedas antiguas? Expansión. ¿Matan el entusiasmo tras sacrificar una Serie Mundial? Expansión. ¿Quieren justificar el calendario y equilibrar las tablas de posiciones después de expandir los playoffs para incluir a casi todos? ¿Quieren darle un bocado al sindicato de jugadores creando más puestos de trabajo? ¿Quieren recuperar parte del dinero que perdieron por COVID, los gustos cambiantes y la administración torpe del juego? Expansión
La expansión parece inevitable, especialmente cuando la economía nacional se recupera de las interrupciones causadas por la pandemia. A medida que la asistencia tiende a la baja y disminuye en importancia en comparación con el dinero proveniente de los medios, el béisbol solo puede crecer expandiendo el mapa televisivo. La pregunta es qué ciudades servirían mejor a ese objetivo. En 2018, el comisionado Rob Manfred incluyó como posibilidades a Portland, Las Vegas, Charlotte, Nashville, Montreal, Vancouver y ciudades no identificadas de México. En la historia del Athletic mencionada anteriormente, Eno Sarris trató de encontrar los candidatos ideales, pero terminó enfocándose en una serie de dificultades en las selecciones de Manfred: Se observa cierta identificación con Charlotte entre los contendientes, pero Charlotte tiene sus problemas particulares. El béisbol ya se encuentra en gran medida en los principales mercados de la nación; las ciudades en el siguiente nivel comparten amplias similitudes estadísticas en términos de potencial de ingresos y también pueden haber sido atrapadas por el peso de un equipo existente en el mismo sentido en que Neptuno se apropió de Ceres.
Es por eso que uno de los nuevos equipos debería ir a Nueva Jersey. Sí, el Estado Jardín, que cada vez tiene menos jardines, se encuentra dentro de la zona de exclusión de tres equipos diferentes, pero (A) estamos hablando de consideraciones estéticas y de lo que debería ser en lugar de lo que podría ser; (B) como sugiere el trabajo de Sarris, la violación del mercado es casi inevitable, incluso si los nuevos equipos están fuera de los límites de la exclusividad; (C) tenemos esos pequeños restaurantes. También hay otras razones: primero, que el dominio de los Yankees, Mets y Phillies en el área es basura anticompetitiva y esta área de más de 20 millones de personas puede soportar a otro equipo. Recuerda que solía haber cinco en los alrededores de Nueva Jersey: los Giants, Dodgers, Yankees, Phillies y Atlhetics. En segundo lugar, tenemos el dinero y la densidad de población. De hecho, los condados adyacentes a la ciudad de Nueva York están tan poblados que hacen de Nueva Jersey el estado más sobrepoblado (con casi 1300 hombres, mujeres, niños y sus perros por milla cuadrada) (1.600 m2) a pesar de que el resto del lugar, lo que podrías llamar “El área boscosa de la que salió Mike Trout“, no tiene mucha gente en absoluto. Algunos de esos condados también se encuentran entre los más altos del país en cuanto a ingreso per cápita se refiere, lo que quiere decir que pueden permitirse el lujo de comprar varios perros calientes y esa parafernalia deportiva, como “los dedos de goma espuma”, cuando lleven a la familia al estadio de béisbol.
Si tomas el equipo Doble A de los Yankees en Somerset (es decir, el condado de Somerset; el equipo está ubicado en la ciudad de Bridgewater), lo promueves al nivel de las ligas mayores y construyes uno o dos pisos más en TD Bank Ballpark, podría superar a los Rays. Hay un restaurante pequeño a poco más de dos millas (3.2 Km) al norte y otro a unas dos millas (3.2 Km) al este. Cuando estaba en la universidad y los Yankees iban de mediocres a despreciablemente miserables, mis amigos y yo íbamos en carro hasta el Bronx casi sobre la hora de inicio del juego sabiendo que conseguiríamos asientos y luego íbamos hasta Wo Hop en Chinatown, el hogar de las porciones más baratas de chow fun las 24 horas al día. Era justo lo que necesitaba un universitario hambriento, pero carecía de la gratificación instantánea que habría resultado de tener un pequeño restaurante que ofreciera desayunos justo al final de la cuadra en el cual los fanáticos de Jersey y Mets podrían discutir los intercambios en el área alrededor de Manhattan, además de la serie anual de los que viven en otra ciudad diferente a donde trabajan.
Como el egresado de BP R.J. Anderson escribió en El Juego del Estadio:
“En un mundo ideal, el equipo se toparía con un gran terreno baldío en un área densamente poblada adyacente a restaurantes, bares y sitios turísticos. El vecindario circundante ofrecería suficiente acceso a trenes y autobuses y sería lo suficientemente seguro como para ser considerado transitable, quitando a los constructores la carga de demoler por la necesidad de crear interminables estacionamientos. El área del estadio se ubicaría a una distancia muy corta de los patrocinadores corporativos, cuyos ejecutivos podrían animar al equipo local todas las noches después del trabajo, tan pronto como la compañía reparta las costosas suites”.
Sí; tenemos eso. La estación de tren más cercana está incluso dentro del complejo del estadio.
Las reglas territoriales del béisbol son anticuadas. Hay una pregunta interesante a considerar cuando se trata de la posibilidad de dividir aún más los mercados existentes del béisbol versus crear otros nuevos: ¿Tendría mejor recompensa tratar de capturar un porcentaje muy alto de los aproximadamente 1.3 millones de hogares de Portland o Charlotte o tratar de atraer un porcentaje más alto de los 7,5 millones de hogares del área de Nueva York? Si Major League Baseball removiera sus reglas y considerara ambas opciones, es posible que pueda tener su propio cafetería y comer ahí también. El pequeño Willie Keeler dijo que tenías que batear hacia donde no ellos están; Major League Baseball tiene que ir hacia donde están.
Sabemos que no va a pasar, pero un mundo circunscrito por un exceso de realidad es un aburrimiento irremediable. Carece de bagels, muffins de arándanos, huevos rancheros, matza frito con huevos, pescado desmenuzado, arroz jazmín, tostadas con mantequilla y miel. Carece de la libertad de ir a lugares y hacer cosas sin calcular primero el peligro. A pesar de que el planeta tiene una superficie de casi 200 millones de millas cuadradas (518.000.000 km2), su tamaño es tan grande como tu televisor y tan profundo como lo que ofrecen los diversos canales y otros servicios de transmisión. No es solo un virus lo que nos aqueja, sino las viejas formas de hacer las cosas y la muerte de las viejas libertades. Derribar una chimenea, levantar una turbina eólica, plantar un bosque de manglares y poner un estadio de béisbol en cualquier lugar traerá paz a la gente, no engordará a un monopolio. Pueden impedir que lo hagas, pero no pueden impedir que sueñes, ya sea que estés en Portland, Charlotte o Nueva Jersey.
Los mejores restaurantes pequeños tienen menús enormes. Eso es porque saben que en el mejor de los mundos posibles no se descarta ninguna posibilidad. En un futuro cercano, otro estadio monótono surgirá de un mar de asfalto y albergará a un equipo que físicamente no puede obtener el apoyo suficiente para triunfar. Así son las cosas, pero el universo es infinito y en nuestra mente somos libres.
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