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Traducido por Marco Gámez

Hay alrededor de 2,430 juegos de béisbol de Grandes Ligas en una determinada temporada. Un jonrón dentro del parque ocurre en aproximadamente una docena de esos juegos en un determinado año, lo que significa que tienes un 0.4% de posibilidades de presenciar uno en determinado juego, solo un poco más que la posibilidad de presenciar un juego sin hits. Dicho de otra manera: si fuiste a cinco juegos al año desde el día en que cumpliste cinco años de edad hasta el momento en que te ahogaste comiéndote un hot dog a los 85 años, hay una posibilidad de cada cinco que veas uno. Estos son eventos verdaderamente únicos en la vida.

Aun así, el béisbol en realidad hace un trabajo bastante deficiente al conmemorarlos. En el box score, e incluso en las barajitas de béisbol, ni se diferencian de su fácil de olvidar batazo elevado de 390 pies (119 m), ayudado por el viento. En el mejor de los casos, se les trata como material desechable, temas que servirían para las revistas, pero que no pueden plasmarse en ellas. Ellos son el video destacado número 3 en SportsCenter, pero lo cierto es que ya nadie ve SportsCenter, por lo que ni siquiera son eso. Se merecen algo mejor que el basurero de la historia, es decir, enterrados entre programas de videos cortos en YouTube relacionados con managers reclamando y videos de reacciones por las camisetas de equipos de ligas menores.

Hay una razón para esto, por supuesto. El jonrón dentro del parque es enredado; depende de que alguien más cometa un error para que ocurra. Es la antítesis de los llamados resultados básicos, del beisbol eficiente; no es una habilidad repetible. No debería haber ningún lugar en nuestros claustrofóbicos modernos campos de juego, ninguna grieta debajo de las paredes, como un imán debajo del refrigerador, que lo permita. Incluso la hiedra, una trampa aparentemente perfecta para ambos equipos, permite a los jugadores levantar las manos y rendirse ante un doble por regla de terreno en el gesto más débil del deporte.

¿Es un verdadero delito? El jonrón dentro del parque es antiamericano. Nos gustan nuestros logros independientes, sin alteraciones, puros; el béisbol siempre se ha basado en el individualismo encubierto por la idea de ser un juego de equipo, al igual que el propio país. No queremos celebrar una casualidad ocasionada por un jardinero dormido. (Excepto los dobles por encandilamiento solar, esos son obra de Dios).

Sin embargo, lo importante es que los jonrones dentro del parque y los jonrones de Pequeñas Ligas están lejos de ser sinónimos. La mejor jugada del béisbol ha ocurrido 34 veces en las últimas dos temporadas y media, y se pueden dividir en cinco categorías principales:

  • El jardinero se lanza en busca de una línea y la pelota lo supera rodando. (10/34, 30%)
  • El jardinero salta hacia la pared y la pelota choca contra la pared y hace carambolas alejándose de él. (16/34, 47%)
  • El jardinero choca contra la pared y se lastima. (3/34, 9%)
  • El jardinero salta sobre la pared, piensa que la pelota ha pasado por encima de la cerca. (3/34, 9%)
  • El jardinero se adelanta corriendo hacia la pared y se enreda en la red. (1/34, 3%)
  • El jardinero olvida que es un jardinero. (1/34, 3%)

Claro, no todas estas jugadas son técnicamente una buena defensa, especialmente las de Charlie Blackmon, pero pocas de ellas son realmente malas (y ninguna  de ellas fue anotada como un error, pero esa es una discusión para otro día). Sin embargo, lo más revelador no es cómo comienza la obra, sino cómo termina. Esto se puede dividir en cinco categorías:

  • El corredor anota llegando al plato de pie. (10/34, 30%)
  • El corredor se desliza hacia el plato sin motivo alguno. (4/34, 12%)
  • El corredor se desliza, con razón, pero la defensa, en realidad, no está ejecutando ninguna jugada. (3/34, 9%)
  • El corredor se desliza en una jugada cerrada en el plato. (6/34, 18%)
  • La defensa no lanza la pelota al jugador de corte o hace un muy mal tiro al plato. (11/34, 33%)

La mayoría de esos batazos de cuatro bases hechos a mano son ejemplos de los mejores momentos no solo en el béisbol, sino también en los deportes en general: un hecho extraño que obliga a todos, desde el corredor hasta el jugador a la defensiva  pasando por el coach de tercera base, a apagar la navegación automática por un momento e improvisar, ante un hecho inesperado; la tensión dramática de ver rodar la pelota estando en juego, a veces incluso deteniéndose, de una manera que nunca lo hace en ninguna otra jugada, mientras el reloj invisible del corredor que transita las bases hace tictac fuera del escenario; el pánico de una defensiva que se pone a prueba, y que a menudo falla, cuando es presionada por un corredor demasiado ambicioso. Y esto puede suceder literalmente en cualquier momento, en cualquier condición, perdiendo por 11 carreras o con el juego con cerrado marcador.

Pero lo mejor del jonrón dentro del parque no es la emoción, es el lado humano. Es una jugada que hace que los profesionales endurecidos y probados en la batalla parezcan aficionados, como una dosis repentina de deporte universitario en medio de un juego profesional. Siempre ha existido una dicotomía en el disfrute de los deportes entre el aficionado y el profesional, entre la satisfacción de ver a los mejores y el caos de ver a quienes están un peldaño por debajo luchar y esforzarse por esa grandeza. Ambos tienen sus méritos: el juego universitario es innegablemente poco riguroso, la pelota profesional a veces puede tener el encanto de un metrónomo, pero rara vez, los dos campos se unen, como una especie de bocadillo.

Quieres un deporte en el que sea posible que sucedan cosas tontas, bastante a menudo. Quieres un club de jonrones dentro del parque que incluya a Byron Buxton y a Ramiel Tapia, quienes tanto batearon como cedieron uno desde 2019, pero también a Edwin Encarnacion, Hunter Pence, Kole Calhoun y Avisaíl García.

Lamentablemente, a diferencia de la mayoría de las soluciones dolorosamente simples pero imposibles para el béisbol, en realidad no hay una buena manera de incentivar el jonrón dentro del parque, más allá de mover las cercas hacia atrás o ensanchar los postes de foul, o agregar agujeros al estilo pinball en la pared para que la pelota ruede hacia ellos. Podemos ver en los resultados anteriores que, en todo caso, los coaches de tercera base son un poco conservadores al enviar al corredor hacia el plato, dado que la mitad de los corredores no fueron desafiados y nadie en los últimos tres años fue puesto out (Whit Merrifield fue puesto out, pero la sentencia fue revocada). Blake Swihart—¡Blake Swihart! no le hizo caso a una señal de detenerse y cruzó el plato de pie. Pero cualquier bonificación artificial diseñada para atraer a esos corredores al plato, como una carrera extra o un corredor colocado en base de manera gratuita, solo haría que los defensores jugaran usando más el rebote desde la cerca y que se zambulleran menos buscando el batazo elevado para evitar esas bonificaciones.

A fin de cuentas, estas situaciones son demasiado raras y demasiado extrañas como para hacer algo con ellas excepto dar un premio. Entonces, el problema aquí es menos de desempeño que de curación. El béisbol es notablemente bueno recopilando y organizando sus estadísticas, y en el último medio siglo ha estado igualmente atento de sus artefactos. Pero todavía tiende a perder la noción de ciertos momentos especiales, especialmente cuando tantos llegan para enterrar el pasado reciente.

No es que internet haya hecho un muy buen trabajo en esto; todavía estamos lidiando con los problemas más importantes de tener un crecimiento exponencial de datos junto con un crecimiento lineal de curación. La historia es hoy más difícil que nunca, no por culpa de los historiadores, sino porque hay demasiada historia. Pero aún así, incluso si estos momentos particulares son cosas minúsculas, tan relativamente triviales en tamaño, ellos también son minúsculos pero compartidos por tantas personas a la vez. No tiene sentido, pero es nuestra falta de sentido compartida. Scott Kingery una vez conectó un jonrón que hizo que Ronald Acuña Jr. apuntara hacia el aire mientras la pelota yacía inmóvil en el suelo a 10 pies (3 m) de distancia. Fue un hecho tonto, pero también fue, para algún niño sentado en las gradas, su primer momento particular.

Finalmente: antes escribí que el jonrón dentro del parque no fue creado para ser plasmado en revistas, que su energía y cinética no se pueden capturar en imágenes fijas. Pero eso es completamente mentira. Disfruta estas capturas de pantalla, todas tomadas de momentos en que un bateador corrió alrededor de las bases y anotó, todas son realmente especiales a su manera. Pertenecen, enmarcadas, a algún museo en alguna parte.

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