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Image credit: Sam Navarro-USA Today Sports

Este artículo se publicó originalmente el 1 de septiembre de 2023.


Traducido por José M. Hernández Lagunes

Somos unos cerdos codiciosos. Nadie hace lo suficiente por nosotros. En 1921, el jardinero izquierdo de los Cardinals Austin McHenry, de 25 años, tuvo una gran temporada, bateando .350/.393/.531 con 201 hits, 17 cuadrangulares y 102 carreras impulsadas.  La temporada siguiente, su bateo decayó debido a un repentino declive en su visión. Tras ser examinado, se descubrió que McHenry padecía un tumor cerebral. Jugó su último partido el 31 de julio de 1922 y murió antes de que terminara el año. ¿Por qué no está Austin McHenry en el Salón de la Fama?

“Bueno”, decimos, “no hizo lo suficiente”.

“¿Quién dice?”, podría preguntar el más inocente de nosotros.

“Bueno”, respondemos, aburridos, “alguien lo hizo”.

“¿Quién? ¿Dónde está escrito?”.

“Mira: el muchacho tuvo sólo 592 hits. Conectó sólo 34 cuadrangulares. Pete Alonso hace eso casi mensualmente”.

“¿Y? McHenry fue bastante bueno mientras estuvo, ya sabes, vivo.”

“McHenry no alcanzó un nivel sostenido de grandeza.”

“¿Por qué tiene que ser sostenido? ¿Tu vida tiene tantas bendiciones que puedes dar por sentada la grandeza momentánea?”

“Fracasó en satisfacer nuestros estándares de carrera.”

Fracasó” es una palabra muy fuerte para un tipo que fue asesinado por cáncer, Brad. ¿Fracasó Thurman Munson? ¿Fracasó Lou Gehrig? ¿Roberto Clemente?”

“Clemente obtuvo 3,000 hits, así que él está bien.”

“Pero si hubiera muerto—en una misión de misericordia—cuando sólo tenía 2,999 hits, ¿habría fracasado?”.

“Habría fallado menos que McHenry. Y no me hagas hablar de Mickey Mantle. Qué decepción”.

Nuestras exigencias no tienen límites, son incesantes y, a menudo, crueles, pues calificamos a quienes nos rodean en función de lo que esperamos de ellos. Esto nos hace ciegos ante lo que realmente hicieron.

En la medida en que Stephen Strasburg fracasó, lo hizo en el mismo sentido que Austin McHenry, es decir, no fracasó en absoluto. La historia de las primeras selecciones del draft, y específicamente de los lanzadores seleccionados en primer lugar, está repleta de casi todas las lecciones que la humanidad imperfecta puede dar: lanzadores que se rompieron los brazos en peleas de bar; estudiantes de preparatoria sin preparación lanzados a la competición de Grandes Ligas por propietarios venales; ases en potencia a los que se les rompieron los hombros en las ligas menores; lanzadores más conocidos por sus malos matrimonios que por lo que hicieron en el montículo; lanzadores que tuvieron la desgracia de ser elegidos por los Tigers o los Pirates y, por lo tanto, condenados a luchar hasta que pudieran escapar; lanzadores cuyos brazos se rompieron prácticamente antes de empezar.

En cierto sentido, Strasburg pertenecía a esta última categoría. Strasburg sólo llevaba 12 partidos en las Grandes Ligas cuando tuvo que someterse a la operación Tommy John. Hasta ese momento, su récord profesional (incluyendo las Ligas Mayores y menores) era de 123 y ⅓ entradas, 30 bases por bolas, 157 ponches y un ERA de 2.19. Ponchó a más de un tercio de los bateadores en su docena de salidas en la MLB antes de pasar por el quirófano, una proporción enorme incluso hoy en día, pero básicamente inaudita en 2010. Lo que viniera después reflejaba sus potencialidades posquirúrgicas más que aquellas con las que compiló un ERA de 1.32 con 16.1 ponches por cada nueve entradas en su último año en la Universidad Estatal de San Diego. Se mantuvo durante la mayor parte de ocho temporadas completas después de eso, sin ser nunca quien podría haber sido, pero también estando sólidamente y a veces espectacularmente por encima de la media. En esos años lanzó para un ERA de 3.21, nunca por encima de 3.74; ponchó a más de 200 bateadores tres veces, liderando la Liga Nacional en 2014; terminó entre los 10 primeros en la votación para el Trofeo Cy Young tres veces y formó parte de tres equipos All-Star. Al revisar nuestra colección de tarjetas de béisbol, podríamos observar cientos de lanzadores que nunca hicieron ninguna de las dos cosas. Su récord en la postemporada es posiblemente mejor que el de Christy Mathewson.

Es una lista de logros demasiado grande como para desestimarla. Strasburg podría haber sido Mark Prior o Mark Fidrych, y ya está. En lugar de ello, aguantó y tuvo una carrera que recuerda a la de Brandon Webb (o, más acertadamente, Webb fue Strasburg sin la anticipación), es decir, lanzó con excelencia mientras su cuerpo se lo permitió y luego se acabó. Puede que el síndrome de la salida torácica no conlleve la misma amenaza mortal que el cáncer de McHenry, pero sus efectos sobre un lanzador son igual de definitivos. Decimos: “no nos importa. Danos más”, y salimos en busca de un cordero de oro que sirva de centro de mesa para la pachanga de esta noche.

En un mundo en el que Carlos Rodón y Lucas Giolito son codiciados, parece obtuso decir que Strasburg no estuvo a la altura que se ganó como estrella universitaria sólo porque nunca estuvo lo suficientemente sano, o simplemente porque careció de la capacidad, después—y muy probablemente antes—de la primera de sus muchas lesiones, para encadenar temporadas a lo Sandy Koufax. Ciertamente tuvo días koufaxianos. Una vez ponchó a 15 bateadores, cuatro veces a 14 (¡la primera siendo en su debut en las Grandes Ligas!), y un total de 47 partidos en los que ponchó a 10 o más bateadores, un total elevado en relación con la brevedad de su carrera. En 21 ocasiones lanzó al menos seis entradas y permitió al rival dos o menos hits. La proporción de 4.4 ponches por cada base por bolas de su carrera ocupa el 10º lugar en la lista moderna. En resumen, hizo más de lo que cabía esperar.

Es importante tener en cuenta la diferencia entre llamar a un jugador (lanzador o jugador de posición) un gran prospecto, o incluso el mejor prospecto del béisbol en un momento dado (Strasburg recibió esa etiqueta de nuestra parte de cara a la temporada 2010) y decir que va a ser todo lo que uno sueña en una estrella. No es lo mismo que decir: “amigos, lo que tenemos aquí es prácticamente un inmortal garantizado, ¡un Salón de la Fama en ciernes! Has oído hablar de Cy Young. ¡Has leído sobre Walter Johnson! ¡Has visto un juego sin hit ni carrera de Nolan Ryan! ¡Has visto a Greg Maddux pintar las esquinas más veces de las que puedes contar! Ahora conoce la cara que lanzará mil cetros [inserta el nombre aquí]”. En realidad, nadie dijo eso de Maddux. Tampoco lo dijeron de Pedro Martínez, o (sólo posiblemente) Fred Claire no lo habría cambiado por Delino DeShields en 1993. No es que nadie fallara con ellos, como nadie falló con Strasburg. Más bien, esa etiqueta de prospecto, o la falta de ella, representa un momento en el tiempo atrapado en ámbar, una instantánea de una impresión. A menudo es cierto en ese momento. Lo que viene después para el pelotero novato es lo que viene después para todos nosotros: el resto de sus vidas, con toda la varianza y el riesgo físico y moral que ello implica. Por lo general, las cosas no salen como parecían cuando teníamos 21 años. Por lo tanto, a los lanzadores les pasa lo que a todo el mundo: algunos nos lesionamos. Algunos acabamos en la cárcel. Unos pocos son extraordinarios, pero muchos más resultan ser promedio o—seamos honestos—algo menos que eso, lo que en términos de béisbol significa que uno lanza como Randy Lerch. Strasburg estaba a años luz de Randy Lerch.

Somos animales extraños a los que nos gusta recrearnos en nuestra miseria, alimentando la decepción posnavideña en tantos aspectos de nuestras vidas. Apreciamos más las cosas que no recibimos que las que sí. Pedimos al universo más de lo que queremos, pero nos quejamos amargamente cuando no está a la altura de nuestras expectativas específicas de cómo debería ser ese regalo. Al final, como con Star Wars y las películas de Marvel o (quizás) con nuestras parejas, nos sentimos a la vez gratificados y defraudados tantas veces que empezamos a insensibilizarnos ante lo que más deseábamos. Incluso el béisbol puede ser así. Cada año, el béisbol agita una caja de cereal de tamaño cósmico con nuevos jugadores. Dentro de cinco años, la mayoría de ellos serán menos memorables para nosotros que Mike Fischlin, y de muchos de ellos podemos decir eso con certeza ahora. Ni siquiera tenemos que esperar a que jueguen. El potencial, la gran posibilidad, simplemente no existe. Recorre cualquier lista de los mejores prospectos y verás lo rápido que encuentras a esos tipos. En un año cualquiera, puedes verlos entre los 50 mejores: el techo no es “MVP”, no es “All-Star”, es jardinero de pelotón en los Guardians. Es relevista medio en los Pirates.

Un Strasburg nos despierta de nuestro letargo y nos hace suspender nuestro hastiado prejuicio de las cosas. Podríamos no haber visto esta película, este jugador. Es todo un regalo, aunque ese lanzador nunca haga un solo lanzamiento en las Grandes Ligas. Tomando prestada una expresión de una vieja canción salaz de Randy Newman (que perseguía una verdad similar sobre una necesidad humana muy diferente), nos da una razón para vivir. Es algo poco frecuente. Strasburg fue un gran lanzador de todos los tiempos. Austin McHenry merece estar en el Salón de la Fama. Todo depende de cómo se mire. Decepción o euforia, depende de ti.

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