Traducido por José M. Hernández Lagunes
Es temporada del Juego de las Estrellas, lo que significa que es hora de una serie de artículos sobre cómo podríamos reformar el proceso de elección. Más allá de la rareza que supone la existencia de un partido de estrellas, el proceso para elegir a las “estrellas” que llenarán la constelación de cada liga es bastante bizantino. El público vota a los titulares, luego un voto de los jugadores y la aportación de la Oficina del Comisionado determinan a los reservas y lanzadores (este es un cambio que comenzó en 2017). Existe el requisito de que cada equipo esté representado con al menos un jugador destacado, y la lista resultante tiene que funcionar en cierto modo como un equipo de béisbol, aunque solo sea durante una noche. Estas restricciones pueden dar lugar a algunas elecciones extrañas. Todos los años hay alguien que se queda en el campo porque alguien tiene que representar a los Twins.
Los artículos de opinión recomiendan inevitablemente alguna reforma que sirve como un refrito apenas disfrazado de algún rencor que el escritor quiere exhibir, ya sea al servicio del candidato local que fue robado porque alguien tenía que representar a los Twins o porque los aficionados exhibieron su estupidez al elegir a Pedrito cuando Pablito está teniendo claramente un año mucho mejor. Inevitablemente, se pide que se elija a los jugadores estrella mediante algún método estadístico o que haya una elección totalmente abierta o que los nombres sean elegidos por el cáliz de fuego. Mi favorita es que los aficionados voten, pero que los jugadores salgan en una lotería en la que su porcentaje de votos determine sus posibilidades de ser elegidos.
Pero el Juego de Estrellas es, en última instancia, una expresión–aunque imperfecta–de la opinión que los aficionados tienen sobre los jugadores. La naturaleza del All-Star es que, mientras que normalmente los equipos funcionan como una unidad, convertirse en All-Star es un honor individual y los equipos que forman esos All-Stars son artificios desechables que han mutado mucho más allá de la forma de un equipo normal. No hay necesidad de “jugadores de rol”. Es un acontecimiento de una sola noche. Y hasta el más ruidoso de esos pensadores defenderá un método que no sea una tontería o a un jugador que será el siguiente en recibir una llamada telefónica si a alguien le sale un padrastro. Tantos padrastros.
Y no olvidemos otra verdad de la experiencia del Juego de Estrellas: el partido es un evento estelar para la MLB. Es una oportunidad para que la Liga se vista de gala y se promocione. La razón por la que la Liga quiere que alguien represente a los Twins es porque quieren que los televisores de Minneapolis se enciendan para verlo. El voto de los aficionados a veces da lugar a elecciones que dejan perplejos, en las que los jugadores más veteranos y famosos, que han tenido años malos, son los elegidos en detrimento de los recién llegados con mejores números. Pero a los aficionados les gusta ver a los viejos nombres conocidos.
(¿Es demasiado alegórico?)
Pero hoy no voy a escribir sobre cómo “arreglar” el sistema electoral. Tengo un mensaje diferente: vives lo que votas, tanto en el béisbol como en la vida.
Demos un giro y hablemos de uno de los muchos temas que dividen el juego hoy en día, la proliferación de ponches y cuadrangulares. ¿Cómo perdimos el rumbo hasta el punto de que lo único que queríamos era batear fuerte por si acaso? ¿No solíamos ser una sociedad correcta?
Ay, cosita…
¡Peligro! Detalles matemáticos sangrientos a continuación.
¿Qué pasaría si el Juego de Estrellas fuese real? ¿Qué pasaría si los lanzadores y los bateadores de nivel All-Star no se enfrentaran en un artificioso partido de exhibición a mitad de temporada en el que todo el mundo batea dos veces o lanza una entrada y luego se va a casa?
No es tan difícil de entender. Los All-Stars se enfrentan en la temporada regular, aunque de forma esporádica. ¿Qué ocurre cuando lo hacen? Encontré todos los casos en los que un lanzador estrella se enfrentó a un bateador estrella en esa temporada. Borré los casos de lanzadores que bateaban. No tenía pensado hacerlo, pero es una buena prueba directa del viejo axioma de que los buenos lanzadores siempre ganan a los buenos bateadores.
Aquí está el OBP. La línea verde son las estrellas enfrentándose entre sí. La línea azul es todo lo demás.
Podemos ver que las dos líneas se siguen bastante bien a lo largo del tiempo… hasta hace unos 10 años. En los viejos tiempos, parece que los buenos lanzadores y los buenos bateadores se enfrentaban hasta llegar a un punto muerto y el resultado era más o menos la media de la Liga. Últimamente, los lanzadores han tomado la delantera.
Y este es el SLG.
En este caso, los bateadores solían superar la media de la Liga hasta que los lanzadores los devolvieron a la media de la Liga… de nuevo, en los últimos 10 años. Así que para aquellos que se lo pregunten, cuando un buen bateo se encuentra con un buen lanzamiento, son los bateadores los que tienen una ligera ventaja, al menos hasta la última década.
Pero, ¿qué tipo de juego prevalecería cuando los mejores se enfrentan a los mejores? Aquí, nos fijamos en la tasa de ponches. De nuevo, la línea verde es All-Stars enfrentándose entre sí, la línea azul es todo lo demás, y la línea roja es cómo se llega desde Wrigley Field a Guaranteed Rate Field.
En casi todos los años desde mediados de la década de 1960, cuando los All-Stars se enfrentan, la tasa de ponches que producen es mayor que la del resto de la Liga. Y hay luz de día entre esas líneas.
Lo mismo ocurre con la tasa de HR.
Cuando se enfrentan los mejores de los mejores–y en este caso, “los mejores” se seleccionaron en función del atractivo popular–el juego se inclina en gran medida hacia los cuadrangulares y los ponches. No es algo moderno. Ha sido así durante décadas. Eso nos deja con un poco de disonancia cognitiva. Las apariciones en el Juego de Estrellas se consideran (normalmente de forma correcta) una insignia de honor para un jugador. En la mayoría de los casos, los All-Stars son realmente los mejores lanzadores y bateadores (aunque no sean los mejores jugadores en general). Eso es lo que la gente quiere y por lo que vota. Y, sin embargo, una de las mayores quejas sobre el juego moderno es que se centra demasiado en los cuadrangulares y los ponches.
No es que los equipos salgan a reclutar, desarrollar y fichar jugadores basándose en los votos del Juego de Estrellas, sino que buscan a los mejores jugadores que pueden encontrar. En cuanto a los bateadores, buscar a los que golpean la pelota a kilómetros, incluso a costa de ponches, es una estrategia bastante buena. Quizás el hecho de que el Juego de Estrellas sea sólo un partido en una noche oculta la verdad, pero los aficionados le han dado su aceptación tácita, si no su aprobación. Esto es lo que quieren ver, aunque no quieran admitir que es lo que quieren ver.
(Sí, esto se está poniendo definitivamente alegórico).
En teoría, los aficionados podrían votar a los jugadores más sólidos en lo fundamental o a los jugadores que sobresalen en las habilidades que no son cuadrangulares ni ponches y que dicen que les gustan. No hay falta de información que les impida hacerlo. Pero no lo hacen. Votan por toletazos y chocolates. Tal vez diferentes patrones de votación habrían hecho una diferencia en la forma en que el juego ha evolucionado. Tal vez no. Pero no importa. Incluso en la administración Johnson, los aficionados dejaron claras sus preferencias. Y ahora tienen lo que querían.
Así que cuando te acerques a tu televisor para ver el Clásico del verano la semana que entra y te preguntes qué ha sido del viejo pasatiempo, asegúrate de pasar junto a un espejo. Uno vive lo que vota.
Asegúrate de tenerlo en cuenta también para cualquier otra decisión electoral que tengas que tomar muy próximamente.
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