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Image credit: © Brad Penner-Imagn Images

Traducido por José M. Hernández Lagunes

El yin y el yang. El problema cuerpo-mente. La teoría de empresas de Veblen. Los Mets de Nueva York.

Todos ellos son ejemplos de dicotomías, en las que la mente percibe una cosa mientras el cuerpo reconoce otra, una sensación competidora. Como no hay luz sin oscuridad, bien sin mal, o amor sin odio, tampoco existe el éxito de los Mets sin tribulaciones compensatorias.

Como siempre, encontrar la satisfacción y poner un moño a la temporada de los Mets requiere reconocer las increíbles circunstancias que hicieron de esta temporada de los Mets una temporada especialmente de los Mets.

La dualidad de los Mets de 2024, en viñetas:

  • A finales de mayo, estaban 15 y ½ partidos por detrás en la División Este de la Liga Nacional.
  • Desde el 29 de agosto hasta el final de la temporada, tuvieron marca de 20-9.
  • Jeff McNeil se rompió la muñeca el 6 de septiembre.
  • Desde ese día hasta el final de la temporada regular, José Iglesias registró un OPS de .905 como su principal sustituto.
  • Francisco Lindor estuvo genial, pero perdió tiempo crucial en septiembre.
  • En los nueve partidos que los Mets tuvieron que jugar sin Lindor–en medio de la batalla por el Comodín–Luisangel Acuña lo reemplazó y bateó .357 con tres cuadrangulares, un doble y un triple.
  • La saga de Jorge López.
  • El poder de Grimace.
  • Desde mediados de mayo hasta finales de agosto, Edwin Díaz fue completamente inconfiable (5.25 ERA, cinco salvamentos perdidos).
  • Durante todo septiembre, Edwin Díaz fue completamente intocable (26 ponches en 14.0 entradas, 1.95 ERA).
  • Ryne Stanek como Met en la temporada regular: 11 carreras limpias admitidas en 16 y 1/3 entradas.
  • Ryne Stanek como Met en la postemporada: dos carreras limpias admitidas en ocho entradas.

Como siempre, los Mets contienen multitudes. A veces lo bueno supera a lo malo y a veces son un desastre histórico (tómalo de este artículo de Tom Verducci de 2023 titulado “Los Mets son un desastre histórico”), pero muy rara vez son aburridos. Lo mismo puede decirse de los solos libres y los accidentes de autobús.

Que los Mets se quedaran sin lanzadores contra los Dodgers, lo que ocurrió al menos dos veces (durante los Juegos 4 y 6), dice menos de los Mets que de lo difícil que es lanzar en la postemporada contra un equipo que machaca los bates durante siete, ocho, nueve lanzamientos cada vez. Se veía venir cuando Kodai Senga no pudo salir de la segunda entrada en el Juego 1 y Luis Severino necesitó 95 lanzamientos para registrar 14 outs en el Juego 3. La rotación de Severino, José Quintana, Sean Manaea y David Peterson–quien en gran medida no rindió en comparación con las estadísticas avanzadas de su carrera (sólo Manaea tuvo un mejor DRA que el promedio de su carrera esta temporada), pero encontró éxito decente de todos modos como el grueso de la rotación para la temporada regular–no iba a ser sostenible a lo largo de la postemporada, y no lo fue. Tampoco lo era que José Iglesias fuera un bateador significativamente superior a la media durante un período prolongado. Recuerda: aunque los sueños mueran, que existan es un triunfo en sí mismo.

Pero todo eso –la alineación improvisada, cuya mejor esperanza para ofrecer a Pete Alonso algún tipo de protección era a menudo un Starling Marte casi desecho, la rotación de esperanzas y deseos, todo eso–fue suficiente para pasar la ronda de Comodín contra un equipo de Brewers más que bueno, y para derrotar a los Phillies, ganadores de la División Este, en la Serie Divisional. Y, visto desde ese prisma, es difícil considerarlo otra cosa que no sea una sorpresa especialmente agradable haber llevado a los Dodgers a seis partidos. A mediados de agosto, estos chicos perdían cinco de seis contra los Mariners y los fantasmas de Charles Finley, y estaban sólo tres partidos por encima de .500. Ese no debería ser el currículum de un equipo que ha perdido seis partidos. Eso no debería ser el currículum de un aspirante al banderín del Viejo Circuito; debería ser una indicación de que tu temporada se acerca a la versión beisbolística del hospicio.

No lo hizo, porque el béisbol es un deporte complejo que convierte a Enrique Hernández en una deidad del Rey de los Deportes cada octubre y a Jesse Winker en una máquina de OBP durante la última quincena. Los Mets, aparte de grandes momentos de Alonso, Mark Vientos, y Francisco Lindor, no fueron bendecidos con una alineación de destacados consistentes, sino más bien un montón de chicos respondiendo a la llamada de manera grande y pequeña, en los momentos que más importaba. El cuadrangular de Alonso contra Milwaukee perdurará en la memoria; menos se hablará de Brandon Nimmo lanzando un cambio con cuenta de 0-2 a la derecha. El grand slam de Lindor para enviar a los Mets a la Serie de Campeonato fue uno de los mejores momentos en la historia de los Mets; la consistencia noche tras noche de Stanek y Edwin Díaz, para tomar la pelota con el tanque vacío como la mejor oportunidad de los Mets contra alineaciones como los Dodgers y los Phillies se olvidará rápidamente.

Los Mets salen de la postemporada con la confianza puesta en al menos algunos jugadores como piezas a largo plazo del rompecabezas general, y quizás ninguno lució mejor durante octubre que Vientos. El tercera base de 24 años dio un salto adelante en la temporada regular, ocupando la esquina caliente y bateando 27 cuadrangulares–la mayor cantidad por parte de un tercera base de los Mets desde que David Wright bateó 29 en 2010–mientras mostraba mejoras en algunas de las acusaciones que lo perseguían e insinuaba algún potencial de poder sin explotar. ¿Problemas defensivos? Cometió sólo cinco errores en casi 900 entradas en tercera; no, nunca se convertirá en un crack con el guante al nivel de Machado, pero al menos batalló en la posición hasta empatar (de acuerdo, su DRP dice que no tanto, pero aún así). ¿Se traducirá su potencia bruta? Su ISO de .249 fue el tercero entre los jugadores de tercera base, sólo por detrás de José Ramírez. Y lo logró en la postemporada, impulsando 14 carreras durante la campaña de octubre, récord de la franquicia.

(¿Abanica y falla demasiado? Ay querubín, déjame señalarte su tasa de fallos del 34.4%, la novena peor del béisbol entre todos los bateadores con al menos 400 apariciones al plato. No hay que exagerar demasiado).

Las razones por las que los Mets perdieron en seis ante los Dodgers–escasez de brazos de primer nivel, signos de interrogación en la parte baja del orden, los Dodgers cargados hasta los topes con jugadores de marca y jugadores de rol de alto nivel–probablemente no mejorarán en la temporada invernal, o al menos no tan marcadamente mejor como para repetir el viaje a la Serie de Campeonato particularmente probable. Es casi seguro que Alonso se marchará, lo que sería una pérdida tanto para la alineación como para aquellos que aprecian el arte de un hombre-oso de ojos salvajes que batea bambinazos mientras lucha por alcanzar el .250 de promedio de bateo. Steve Cohen, quien en realidad tiene una colección de arte de mil millones de dólares, probablemente no va a añadir $150 millones para Pete Alonso de mediados a finales de sus 30s–la definición misma de un activo que se deprecia, lo queramos o no–a los Picassos, Pollocks y Warhols de su colección. Manaea, Quintana y Severino–también conocidos como los abridores de los Juegos 2, 3, 4 y 6 de la Serie de Campeonato–son todos agentes libres, todos probablemente en busca de un buen cheque de algún tipo y es poco probable que lo obtengan de los Mets.

Los refuerzos están en camino: los mejores prospectos Drew Gilbert, Jett Williams, Ronny Mauricio y Ryan Clifford podrían estar listos para asumir papeles de algún tipo en 2025 y, dado lo convulso de todo lo relacionado con los Mets, nunca descartes la posibilidad de que Cohen decida ofrecer a Juan Soto mil millones de dólares americanos sin pensarlo dos veces. El 2025 será diferente en Queens; quizá mejor, quizá peor, pero lo único que los Mets no van a ser es aburridos.

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