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Traducido por Pepe Latorre

Debería haber más cromos de béisbol. Puede parecer un comentario absurdo en una época en la que Topps lanza 30 series diferentes al año, cada una con sus propias variaciones, acabados cromados, brillos arcoíris, series con bordes de colores y huevos de Pascua y calabazas y cintas contra el cáncer y rastros de torio radiactivo. Y aunque hay muchas opciones entre las fotografías de Rowdy Tellez [sic] (existen, y no es un número que yo haya inventado, 1,700 cromos de Tellez [sic] con licencia), no tenemos prácticamente nada que represente a los Tellez de antaño.

Claro que de vez en cuando una empresa de cromos de béisbol lanza una colección que cataloga a los grandes del pasado. El Sporting News, entre 1991 y 1995, lanzó una serie de colecciones que consistían en un total de 1,430 brillantes fotografías en blanco y negro tomadas durante la primera mitad del siglo XX. Otras empresas han recurrido a las leyendas cuando no pudieron conseguir una licencia de la MLB, como Fleer en los años 60s y Pacific a finales de los 80s. Pero estas colecciones nunca se vendieron bien entre los jóvenes, y los coleccionistas siempre han rechazado todo lo que no sea el (caro) original. Y esas colecciones casi siempre se centraban en los miembros del Salón de la Fama, jugadores que no necesitaban una foto para ser reconocidos. Cada década, más o menos, Topps lanzaba una colección de reimpresiones de su historia temprana, haciendo versiones brillantes de sus ediciones de 1952, 1953 y 1954. Pero estos eran, en su mayoría, proyectos de pura  vanidad y la práctica se extinguió después de 1994.

Es una pena, porque las tarjetas de béisbol todavía ofrecen algo que una pantalla de ordenador y una tabla de estadísticas no ofrecen: brindan una sensación de tangibilidad, de permanencia.

Bill Salkeld tuvo dos cromos de las Grandes Ligas, en las colecciones Bowman de 1949 y 1950. La primera es una foto descolorida y luego pintada con acuarela, mientras que la segunda está pintada con un poco más de cuidado y esboza una sonrisa. Ambas se pueden conseguir por unos 10 dólares, aunque nadie lo haría a menos que quisiera completar una colección. El nombre Salkeld ni siquiera le resultaría familiar a nadie, excepto quizás en el noroeste del Pacífico, donde su nieto fue una vez seleccionado en la primera ronda del draft por los Mariners.

Salkeld el Viejo era un joven y prometedor receptor con una lesión tan grave en la rodilla que no solo no respondía al tratamiento, sino que casi se la amputaron. Estuvo retirado durante dos años, vendiendo muebles, antes de recibir una llamada para dirigir a Tucson en Clase-D. Tuvo la valentía de incluirse en la alineación cuando la rodilla no le molestaba demasiado, bateó .303 y revivió su carrera. Cuando Estados Unidos entró en la guerra, Salkeld se pasó los siguientes cinco años viendo a jugadores que se iban al frente (él mismo fue clasificado 4-F gracias a esa rodilla) y esperando una oportunidad. Y llegó justo cuando la guerra estaba terminando. Se unió a los Pirates y comenzó una breve carrera como receptor oficial. A los 33 años esa rodilla suya lo retiró.

Entretanto, y según un conjunto muy específico de estándares, fue uno de los mejores bateadores de la historia del béisbol.

La rodilla, que le impidió soportar los rigores del trabajo diario (en una era en la que de repente todo el mundo se queja de los receptores de una sola rodilla, Salkeld extendía la pierna hacia un lado y atrapó al 35% de los corredores haciéndolo), también le lastró en las bases. Pero era un bateador bastante bueno con una cantidad razonable de poder, y caminaba básicamente al mismo ritmo (17.4%) que Mickey Mantle o Eddie Yost. En total, terminó su carrera con un OPS+ de 128, lo que lo coloca junto a nombres como Bobby Abreu, Goose Goslin, Sammy Sosa y Jim Rice.

Tuvo sus buenos momentos. En su año de novato, él y su co-receptor, Al López, obtuvieron votos para el MVP en el último lugar. Utilizó uno de los dos triples de su carrera para batear un ciclo. Y protagonizó, lo más silenciosamente posible, su única aparición en postemporada con los Boston Braves en 1948. Su equipo cayó en seis juegos, pero su cuadrangular ante Bob Feller en el Juego 5 para empatar el partido en la sexta se usa a menudo como un ejemplo del héroe improbable, aunque dadas sus estadísticas no era tan improbable. Terminó la serie bateando solo .222; los otros dos tercios de la línea de bateo fueron .500 y .566.

Poco más que decir sobre Bill Salkeld; el único video es de su tumba en Forest Lawn, y tenemos la narración por radio de su palo de vuelta entera en el quinto juego contra Feller. La mayoría de sus fotografías son en realidad de corredores más famosos deslizándose hacia el plato frente a él, incluida una famosa foto de Jackie Robinson robando el home mientras Salkeld se inclina, congelado y fuera de equilibrio, recibiendo un lanzamiento desviado.

¿Se merece algo más? ¿Y alguno de nosotros? El hecho de que hayamos pasado por alto la mayoría de los detalles de la grandeza de Salkeld es trágico, pero sólo en la medida en que hemos logrado salvar a otros, a los pocos afortunados que estuvieron frente a las cámaras durante más tiempo. Bill Salkeld era un jugador de béisbol bastante bueno. Durante algún tiempo pareció que sería mejor, y luego pareció que sería menos. La obra permanece, incluso cuando el hombre y la vida que hay en ella se desvanecen. Pero su retrato vive en la colección del Met, etiquetada como “efímera”. Hay legados peores.

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