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Image credit: © Rick Scuteri-Imagn Images

Traducido por Pepe Latorre

Al principio fue su dominio absoluto lo que hizo que Shōta Imanaga impresionara. Eso era, hasta cierto punto, lo esperado. Como escribí la primavera pasada la forma única en la que lanza la bola rápida (muy abajo pero con mucho ángulo y desde la izquierda. El resultado es un ángulo de aproximación vertical de élite) así como un arma secundaria de otro planeta (un splitter en una liga en la que casi ningún zurdo lanza splitters) lo convirtieron en un rompecabezas que los bateadores probablemente tardarían un tiempo en resolver. De hecho, tuvo una efectividad de 0.84 y una tasa de ponches del 27.8% en sus primeras nueve aperturas en la MLB antes de que los bateadores de este lado del océano comenzaran a ver esa bola rápida un poco mejor y se acostumbraran al splitter durante la segunda o tercera vez en el orden.

Una vez que lo hicieron, sucedieron dos cosas diferentes que suponen lo más interesante del perfil de Imanaga: su capacidad para mutar y su exquisita atención al detalle. A medida que avanzaba la temporada incorporó a su arsenal un segundo cambio muy distintivo que combinó con el splitter, amplió el uso de su sweeper (y ocasionalmente lo transformó en un slider más corto), jugó con el cutter y agregó un sinker. Cambió secuencias y ubicaciones. Todavía mantuvo una efectividad de 3.84 y permitió un promedio de slugging de .442 a los oponentes en sus últimas 20 aperturas de la temporada. No es un mal resultado si tenemos en cuenta la regresión de la MLB en absoluto. Los Cubs tuvieron una marca de 15-5 en esas 20 aperturas porque Imanaga siguió encontrando formas de darles oportunidades de ganar.

Resulta aún más interesante el hecho de que la capacidad de Imanaga para prevenir carreras fue más allá de su habilidad pura como lanzador. Durante toda la temporada, bajo reglas extremadamente favorables para los corredores y con la liga volviéndose más agresiva casi día a día, Imanaga permitió solo tres bases robadas en cinco intentos oficiales, y para colmo tuvo dos pickoffs que no se contabilizaron como intentos de robo. Fue uno de los cuatro lanzadores que calificaron para el título de efectividad al permitir tres robos (nadie permitió menos que eso), junto con Bailey Ober, Tarik Skubal y Brady Singer. Los tres lanzaron en la División Central de la Liga Americana, que “se jactó” de tres de los ocho equipos que robaron 90 bases o menos en 2024, y Singer tuvo la ayuda inestimable de los brazos de los receptores de los Royals.

Diecinueve lanzadores, entre ellos Edwin Díaz, Jason Adam y Edward Cabrera, que lo lograron en menos de 100 entradas, permitieron al menos 20 robos. Sin embargo, contra Imanaga, incluso los ladrones, habitualmente activos y eficientes, se quedaron paralizados, a pesar de que el receptor de los Cubs, Miguel Amaya, y el resto de su improvisado cuerpo de receptores tuvieron dificultades para controlar el juego en las bases.

Está claro que ser zurdo siempre ayuda. Imanaga puede vigilar mejor a los corredores y decidir lanzar a primera más tarde. La coordinación está de su lado y consigue cazar a los corredores muy desequilibrados. Me ha llamado especialmente la atención el movimiento de su cabeza. Imanaga se cuadra en el plato, luego se fija en Ronald Acuña Jr., luego gira la cabeza hacia el plato mientras comienza su lanzamiento y entonces la gira de nuevo hacia primera para hacer un lanzamiento perfectamente preciso allí. Es muy raro que los lanzadores puedan hacer ese giro en dos direcciones y aún así encontrar su objetivo. La mayoría de los zurdos que usan la mirada para retener o engañar a los corredores lo hacen fijando su mirada en el corredor, como solía hacer Jon Lester, famoso por su fobia a lanzar a primera. Lester simplemente esperaba tanto como su cuerpo le permitía antes de alejarse del corredor y dirigirse hacia el plato. En cambio, mover la cabeza hacia el plato y luego hacia atrás parece implicar un gran riesgo de fallo. No obstante, si se puede superar ese riesgo la recompensa es que el corredor casi nunca lo espera. En el video el árbitro señala “safe”, pero al revisarlo, Acuña fue puesto out.

Imanaga no cometió ni un balk ni un error en toda la temporada. Consiguió, incluso, frustrar a los bateadores al tiempo que controlaba a los corredores. Este intento de toque de los Red Sox es un buen ejemplo.

Los lanzadores fildean relativamente pocas pelotas bateadas en comparación con otras posiciones y, obviamente, lanzan muchas menos bolas que un parador en corto o un jardinero izquierdo durante la temporada. Como resultado, el valor de fildeo del lanzador a menudo se pasa por alto o se minimiza. A menudo solo se habla de ello cuando se da un fallo evidente, como cuando Gerrit Cole no logró cubrir la primera base en el decisivo Juego 5 de la Serie Mundial del año pasado. Por ahora, el fildeo del lanzador es un punto ciego en DRP y nuestras otras métricas, incluida la capacidad del lanzador para controlar el juego terrestre. Es un lugar donde podemos pasar por alto una cantidad significativa de carreras que cambian de manos, ya sea anotando o no anotando. Sin embargo, tanto por las sutilezas y los factores de interacción de la defensa del lanzador (¿fue su culpa o la de su receptor que lo atraparan robando? ¿Deberíamos culpar a un lanzador por no poder perseguir un buen toque de un velocista y sacarlo?) y porque la defensa del lanzador a nivel de equipo es mucho más una suma de sucesos dispares que la defensa en otras posiciones, es casi más trabajo del que vale la pena nombrar y precisar ese valor.

En algunos casos, sin embargo, es muy importante. Si quieres saber por qué la efectividad de Imanaga superó su FIP y por qué su RA9 superó su DRA, tienes que ver que desconcertó por completo a los corredores, ahorrándose un puñado de bases avanzadas a lo largo del año. Tienes que verlo hacer jugadas como la de arriba, o como esta…

El otro detalle extraordinario de la temporada de Imanaga, más estético que estrictamente valioso, fue su plasticidad en el diamante. La jugada anterior lo captura magníficamente. En lugar de trabajar contra el impulso de su cuerpo al aterrizar y empujarse hacia atrás por donde vino, deja que su impulso natural lo lleve a través de un giro, aunque eso signifique darle la espalda a la pelota momentáneamente. Cuando se hace con la pelota vuelve a hacer lo mismo aunque eso signifique tener que reubicar a su objetivo, Michael Busch, para hacer el lanzamiento y retirar al bateador.

De ninguna manera la defensa de Imanaga vale 20 carreras. Eso es sencillamente imposible para los lanzadores. Sin embargo, cuando uno vale incluso una fracción de eso, hace una gran diferencia, y si un equipo presta suficiente atención a los detalles como para encontrar o entrenar a algunos lanzadores de esta manera, eventualmente se acumula una gran ventaja que es difícil de igualar por los oponentes. Un lanzador que se desplaza bien y hace lanzamientos precisos en jugadas apresuradas minimiza su propia exposición a entradas largas. Uno que domina el juego en las bases con trucos inteligentes como el doble giro de cabeza o un “movimiento de balk” a la antigua usanza le quita un arma muy potente a algunas ofensivas rivales. Son cosas pequeñas, detalles, y tienes que acumular varias de ellas sin que alguien más las cancele para obtener ventajas con ellas. No obstante, es posible. La defensa del lanzador puede ser una mano invisible que dispara el valor positivo de un individuo hacía el colectivo, pero solo si cada individuo empuja en la misma dirección.

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