Traducido por José M. Hernández Lagunes
Hace 35 años, Tom Seaver escribió en términos precisos y exquisitos sobre el arte del lanzamiento. Ese, de hecho, era el título de su obra sobre el oficio (publicada incluso antes de jubilarse), y no la eligió por accidente. El título del libro fue una respuesta a “The Science of Hitting” de Ted Williams—un intento por expresar la mayor variedad de formas en que un lanzador puede encontrar y mantener el éxito.
Contrariamente a la afirmación de Williams de que los lanzadores son tontos por estirpe, Seaver (y la mayoría de los observadores menos sesgados del juego a lo largo de su larga historia) veían al picheo como una disciplina infinitamente compleja y creativa, con muchos caminos hacia el éxito. Pero eso fue cuando los ojos dominaban el mundo del béisbol. Al igual que la música pop, el picheo ha tenido que responder a la llegada y proliferación de la tecnología que le ha transformado. Puede que todavía sea un arte, pero en la Era de Statcast, se necesita un científico para dominarlo.
Un buen ejemplo de esto es el zurdo de los Dodgers Rich Hill, el santo patrón del lanzador renacido. Después de algunos éxitos tempranos en las Grandes Ligas, vivió a través de los bordes de varios bullpens de liga mayor, menor, e incluso en pelota independiente. Es un tipo larguirucho que pasó de parecer un adolescente a parecer un papá de dos adolescentes en unos días, sin que nadie se diera cuenta. Nunca ha tenido una bola rápida de primera categoría, pero aprendió a dominar con la velocidad que tiene y con su bola curva.
Es una historia muy humana, y suena como el camino desde el desesperado anonimato hasta la riqueza y fama que los artistas más afortunados han tomado, pero en el fondo está la ciencia: Brian Bannister, diciéndole a Hill sobre la velocidad de giro que hacía que su bola rápida fuera especial si atacaba la parte superior de la zona con ella, y convenciéndolo para que usara más su curva.
Pero Hill no regresó como abridor dominante sólo por tener un buen giro en su bola rápida y en su curva. Aún así tuvo que lanzar strikes. Por alguna razón que no puedo explicar, ya que los equipos encuentran formas de optimizar la velocidad, movimiento y giro, el grado en que el mando y el control separan a ciertos lanzadores de la manada parece estar creciendo. La eficiencia mecánica (en forma de repetibilidad) no ha estado, hasta ahora, a la vanguardia de la revolución del rendimiento impulsado por los datos.
Es por eso que, aunque ciertamente hay algunos lanzadores dominantes que carecen de dominio y que simplemente han maximizado su material de manera aterradora, Hill sigue siendo un ejemplo del renacimiento del picheo moderno. Filtra nuestra tabla de líderes de Probabilidad de Strike Cantado (abreviado “CSProb”) para eliminar a lanzadores con menos de 25 entradas esta temporada, y Hill es el mejor. Ataca la zona implacablemente, incluso a sus 39 años.
Pero eso son noticias viejas. Hill fue el mejor abridor en la misma métrica la temporada pasada, y se ha destacado en ese sentido desde su regreso a los puestos de abridor en las Grandes Ligas. El nombre realmente interesante en esa tabla de clasificación es el que está justo debajo de Hill: El diestro de los Rangers Chris Martin.
A sus 33 años, Martin se encuentra en su segunda temporada tras su regreso a los Estados Unidos, después de dos temporadas de trabajo de relevo dominante en Japón. Eso siguió a un lustro de trabajo sin distinción pero con destellos en las organizaciones de los Red Sox, Rockies y Yankees, con sólo un par de breves períodos en Grandes Ligas. Lejos de ser engullido en un mar de lanzadores que se van a Japón a finales de sus 20s y nunca regresan, Martin ha encontrado un hueco como el as del medio relevo de los Rangers.
Desde el 26 de abril, Martin ha enfrentado a 73 bateadores. Ha abanicado a 23 de ellos, ha caminado sólo a dos, y ha permitido a sus oponentes batear sólo .211/.233/.394. El secreto es una mayor eficiencia, lo que conduce a una mejor coordinación de sus largas extremidades (Martin mide 2.10 metros), a un mejor control, y a una bola rápida que a los bateadores les parece que vuela a la velocidad del sonido.
Aquí está Martin el año pasado, lanzando a Mitch Haniger en una cuenta de 0-1:
Ese lanzamiento voló a 94.3 mph (151.76 kph), apenas arriba del cinturón y fuera del interior del plato. El hecho de que Haniger conectara cuadrangular es, en gran medida, un testimonio de la rapidez de su bat. Sin embargo, según Statcast, la Velocidad Percibida (la velocidad bruta, ajustada para la extensión del lanzador y la distancia de liberación resultante al plato) en ese lanzamiento fue de sólo 94.0 mph (151 kph). Eso ayudó a Haniger a alcanzar el lanzamiento, que también se aplanó y corrió hacia el lado del brazo un poco más de lo que Martin parecía querer.
Aquí está Martin de nuevo frente a Haniger, en abril de este año:
Esa fue una bola rápida con cuenta de 2-2 que Haniger no conectó, enviando el juego a extra innings. No sólo Martin lanzó a 96.3 mph (154.97 kph), sino que también obtuvo tal extensión en ese lanzamiento que su Velocidad Percibida fue 97.0 mph (156.1 kph). Haniger abanicó sin éxito, y ese es el resultado que Martin ha obtenido con mucha frecuencia este año.
De los 362 lanzadores quienes han tirado al menos 100 bolas rápidas de cuatro costuras, Martin se ubica en el trigésimo sexto lugar en fallos por abanicada y—sin sorpresa, dado cómo llegamos a este punto en la conversación—séptimo en promedio de Probabilidad de Strike Cantado con ese lanzamiento. Los únicos dos jugadores que se ubican en esos puestos altos en ambos ejes son Max Scherzer (45º en fallas por abanicada y 15º en CSProb) y sin sorpresa, Hill (38º en fallas por abanicada y 12º en CSProb).
La combinación que Martin mejoró de extensión hacia el plato, un ángulo más bajo y más consistente de su brazo al lanzar, mayor torque generado gracias a una rotación retardada de su tronco, y el engaño que resulta fácil de notar desde la toma de televisión desde el jardín central (la patada, seguida de la bajada de la pelota tras su pierna trasera, para luego lanzar a tiro cruzado creado por su zancada) hace que su bola rápida sea una de las mejores del juego. Martin regresó algo de la artesanía del picheo, la cual vale más en estos tiempos en la Liga Nipona que en las Ligas Mayores, pero también aprendió a sacar el máximo provecho a su envergadura y a la fuerza de su brazo.
Desgraciadamente, a pesar de que pudo haber respondido a todas las preguntas de la ciencia, aún quedan preguntas sobre el progreso. Su contrato requiere que los Rangers le concedan su libertad al final de esta temporada, por lo que incluso mientras se mantienen cerca de la lucha por el Comodín, deben preguntarse si Martin encaja en su plan a largo plazo. Si no es así, y si el equipo falla o cae fuera de combate durante el próximo mes, Martin podría convertirse en el Ryan Pressly de este año: un relevista sin mucha fanfarria que, sin embargo, tiene la oportunidad de causar un gran impacto en la recta final de la temporada y en octubre.
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