Traducido por José M. Hernández Lagunes
Muy poco del béisbol es nuestro ya, como aficionados. Nunca fue realmente nuestro para empezar: tomamos este pasatiempo que amábamos, hicimos de su consumo una parte de lo que éramos, y pusimos nuestro dinero y lealtad en sus marcas. Siempre hemos sido consumidores ante todo. Pero lo que hizo que el deporte fuera diferente no fue la ropa, sino el nombre impreso en ella, los nombres de nuestras ciudades. El béisbol existía porque lo observábamos, lo rodeábamos y lo llenábamos de vida, canalizábamos nuestras voluntades hacia nuestros héroes y los inspirábamos para que realizaran su heroísmo para y por nosotros.
Fue una mentira maravillosa. Nuestra vitalidad como coro fue siempre un elemento sobrevalorado de la transacción. El equipo local gana el 54% de las veces, la marca más baja de todos los deportes norteamericanos. En todo caso, ese número parece tender hacia el 53:
Estadísticamente, la Liga vio las siguientes escisiones de local y visitante en 2019, mostrando una clara ventaja en todos sentidos:
Div | AP | %BB | %K | AVG | OBP | SLG | BABIP |
Local | 91,389 | 8.78% | 22.50% | .255 | .327 | .439 | .300 |
Visitante | 95,113 | 8.28% | 23.40% | .250 | .318 | .430 | .297 |
Para un efecto tan estático y demostrable, las causas de la ventaja de localía han sido, durante mucho tiempo, una fuente popular de conjeturas. Está el beneficio estratégico de batear segundo, y de tener más información a nustra disposición; está la familiaridad con el campo, las paredes, e incluso el aire; está la comodidad de la comida casera y el largo descanso nocturno. Pero el consenso en la investigación de un siglo es que la actuación de los umpires, y el efecto de la multitud en ellos, domina todas las demás causas. Es la razón principal por la que la localía en el béisbol otorga tan poca ventaja, porque los efectos de la variabilidad de los umpires son tan limitados comparados con las llamadas de falta de los árbitros de la NBA o la inflexión al momento de colocar el balón tras una llamada de interferencia de pase en la NFL.
Pero ese efecto ahí está. La investigación de Jonathan Judge sobre las divisiones del CSAA, o strikes cantados por encima del promedio (Called Strikes Above Average en inglés), reveló que al aislar el rendimiento individual y otros factores, el equipo local en 2019 vio una ventaja del 1% en los strikes cantados sobre sus oponentes. Este parece ser el beneficio más débil en todo el mundo—uno o dos strikes cantados extra por juego—excepto que ese strike extra podría ser un tercer strike crucial, o evitar un conteo mortal de 3-0. Cada caso de ventaja a favor del equipo local pone al bateador visitante en una situación más difícil, lo que explica por qué todas las estadísticas ofensivas sufran.
También explica esa línea de tendencia levemente descendente, y la razón por la que se espera que continúe: la inevitable llegada del Sistema Automatizado de Bolas y Strikes, que ya está en operación en las Ligas del Atlántico y Otoñal de Arizona. A medida que los umpires sienten más presión en su rendimiento por parte de sus empleados y sus robots supervisores en lugar del borracho de la cuarta fila con la voz sorprendentemente penetrante, es probable que veamos una mayor uniformidad y una disminución de la ventaja de la localía. Esto es malo.
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La idea básica de la ventaja de la localía es un anatema para muchos fanáticos del deporte. Después de todo, la idea de los deportes es que tienes dos equipos peleando en un campo de juego parejo, en total imparcialidad. Pero no necesitamos que cada instancia de esa batalla sea perfectamente pareja, sólo el conocimiento de que al final lo será. Cada equipo (excepto, quizás, los Tampreal Rayspos) tienen sus 81 partidos en casa y 81 partidos de visitante. Después de todo, la justicia no es igualdad; es igualar las cosas, y ningún deporte está mejor diseñado, con su marcha garfunkeliana a través del verano, para igualar.
Pero si la localía no es particularmente importante para los equipos, es de gran beneficio para los aficionados. Existe la simple lógica de que ir a un juego de béisbol moderno, dado el precio de las entradas, el estacionamiento y el perrito caliente de un metro con chipotle y aderezo ranchero al ajo, no es un gasto pequeño. Tendría sentido económico que un consumidor, sopesando su inversión de $100 dólares en una sola noche contra seis meses completos de Netflix, se animara mejor a asistir por un entorno en el que su propio equipo tiene más probabilidades de ganar. Pero aún más que eso, la participación de la multitud, ese sentimiento de comunidad y energía que viene con estar juntos en un lugar y querer ininteligiblemente algo juntos, es el último vestigio de la verdadera afición al béisbol. Es la conexión, lo que separa a la afición deportiva de las apuestas de proposición. Es bueno para el juego permitir que el aficionado le toque, incluso de la manera más débil e invisible.
Hay un tercero en discordia en esta ecuación, y es la propia Liga, en particular porque se especula sobre la expansión de la postemporada, una fuente de fascinación para los dueños durante 40 años. La MLB, por supuesto, está incentivada para añadir partidos de desempate, dados los ingresos que los acompañan. Pero hay un pequeño problema, estéticamente: la postemporada ya es demasiada corta en su forma actual, al menos como herramienta para medir al mejor equipo de béisbol. Siete juegos no son suficientes para diferenciar a un ganador de 100 juegos de un participante con 82 victorias y ganador del juego de comodín, y el sacrificio de la justicia en aras del drama es un acto de disonancia cognitiva que los aficionados han tenido que hacer durante una generación. Añadir más equipos de postemporada sólo diluye aún más el valor de la temporada regular.
El aumento de la ventaja de la localía resuelve claramente este dilema, aumentando la importancia del rendimiento durante la temporada regular y haciendo así que sus actuaciones en la postemporada sean más representativas del talento que se tiene en la plantilla. Y al añadiendo el elemento psicológico de la afición local también complementa el aspecto dramático del juego: “defender el hogar” se transforma de repente de un cliché de marketing cansino a un elemento mecánico auténtico. El nombre de la ciudad en la camiseta significaría algo más que una revelación de los idiotas quienes financiaron el estadio. Hogar significaría algo nuevamente.
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Así que, asumiendo que has llegado a este párrafo totalmente convencido de que (digamos) un 65% de ventaja de localía es algo bueno y deseable, la pregunta es: ¿cómo lo conseguimos?
Empecemos con cómo no podemos lograrlo. No podemos promulgar ninguna política que altere tan dramáticamente las divisiones de los jugadores que el promedio general—su línea total—se quede sin sentido. Sí, cada jugador batea mejor en casa, pero no es tan amplio que no tengamos en cuenta sus estadísticas como un todo cuando aparecen en la pantalla del televisor. Pero tirar de un Veeck y mover las paredes de un lado a otro, o dejar que hagan un toque, o cambiar las reglas de manera que se necesiten dos juegos de estadísticas totalmente separados, haría más daño que el bien en el ejercicio.
Tampoco quieres hacer la vida un infierno para la gente. Los jugadores de béisbol ya tienen que dejar a sus esposas e hijos por largos trechos del año y viajar, dormir a horas extrañas, pasar por aeropuertos… tantos aeropuertos. Así que aunque es divertido tocar música de Billy Ray Cyrus en el vestidor de visitante o hacer que los jugadores usen pantalones de una talla más pequeña, no es una forma de hacer vivir a los seres humanos. Y sobre todo, no queremos crear una ventaja de localía simplemente haciendo la mitad más fea, o peor. Después de todo, seguimos consumiendo un producto. Así que eso deja dos maneras de inculcar la ventaja del campo local: ambientalmente, o estructuralmente. Tomémoslas en orden.
Cambios ambientales. Estos incluyen hacer pequeñas modificaciones en la forma en que se juega el béisbol. De hecho, así es como se llega a la mayoría de las ventajas en los deportes profesionales, generalmente tan granulares que ni siquiera se ven, como una oportuna llamada de foul y ese extra strike cantado. Hay muchas maneras de hacer esto, la mayoría de las cuales rozan entre lo eficiente y lo obsceno: dos humidores, por ejemplo, o dos juegos de guantes, uno ligeramente más grande que el otro. O, tal vez, un sistema rebelde de megafonía para disuadir al ejército invasor. Pero quizás lo más invisible, aunque sigue siendo relativamente transparente, es hacer más difícil el bateo para el equipo visible modificando ligeramente el color de la propia pelota. Al permitir que el equipo local lance con una bola beige, o quizás más elegantemente, una con costuras descoloridas, sería infinitésimamente más difícil para los bateadores ver su giro, teniendo un efecto similar al de la cuenta benéfica asistida por el CSAA, pero suavizado en todas las apariciones al plato y todas las situaciones. Lo sé, nadie quiere esto. Pero te debo el ser minucioso.
Cambios estructurales. Son situaciones en las que las reglas en sí están diseñadas para ser menos que perfectamente iguales, como que el equipo de casa batee segundo. Prefiero este método de ventaja al cambio ambiental por su claridad, pero también porque tiene el potencial para la estrategia. Proporcionar al mánager una herramienta es más interesante, fundamentalmente, que sólo proporcionarle una solución.
Hay todo tipo de opciones que el béisbol podría dar a un mánager local para desplegarlas como les parezca. Podrían decidir jugar según las reglas de la Liga Americana o Nacional en cualquier momento, basándose en los abridores disponibles, o se les podría dar el derecho de sustitución final, obligando al equipo visitante a asignar al bateador o lanzador y luego permitir que el equipo de casa sustituya la ventaja del pelotón como se desee. O, tal vez, la nueva regla de tres bateadores podría ser una restricción sólo para el equipo de casa, o un 27º jugador podría estar disponible para el local.
Todo esto está bien, pero hay una solución que me atrae especialmente, porque no sólo resuelve este innecesario dilema sino también otro: el hecho de que el béisbol es el único deporte en el que las mejores y más brillantes estrellas del juego pueden ser dejadas en el banquillo cuando su equipo más las necesita. Para obtener su ventaja, el equipo de casa debería poder participar en héroebol.
La regla: una vez por partido, el equipo local puede cambiar dos bateadores cualesquiera en la alineación, siempre que ninguno esté en la base en ese momento.
Esto le da su impulso ofensivo natural al equipo local, sin recurrir a manipulaciones invisibles, o reglas torpes que restrinjan a un lado, o dosificar el vestidor del club visitante con diuréticos. Y también proporciona un sistema de desempate que le da al mejor equipo una mejor oportunidad de ganar sin perder nada del drama. Imagina a los Angels como anfitriones del Juego de Comodín, y con su temporada en juego, no recurren a Albert Pujols sino a Mike Trout, la razón por la que los Angels existen como un equipo de béisbol en 2020. O: Trout aparece con un out, una carrera atrás en la novena entrada, y conecta una pelota a la pista de advertencia para un out largo. E inmediatamente se da la vuelta para batear de nuevo. ¡Imagina lo divertido que sería ver esto! Imagina lo divertido que sería escribir sobre ello. Imagina estar en las gradas, en un estadio lleno en Anaheim, como parte de la ruidosa criatura de 40,000 cabezas que, quizás, vivirá para siempre como parte del recuerdo favorito de Trout. Imagina ser parte de eso.
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