Traducido por José M. Hernández Lagunes
Si has puesto atención a las pláticas entre la MLB y su Sindicato de Jugadores en los últimos meses, has escuchado las palabras “buena fe” lanzadas varias veces. Una discusión de “buena fe” sobre la viabilidad económica, en caso de que haya una temporada en 2020 sin aficionados, fue parte del acuerdo de marzo en el cual los jugadores aceptan jugar con salarios prorrateados. Para el sindicato, “buena fe” significó que habría más discusiones sobre cómo reemplazar los ingresos perdidos por la ausencia de las entradas—como la ampliación de la postemporada y, por lo tanto, de los ingresos por la misma—pero para la Liga significó una oportunidad de dejar que los jugadores asumieran aún más de la carga financiera de una temporada reducida por la pandemia.
Dejando de lado las implicaciones legales de la “buena fe” y la “mala fe”—Craig Calcaterra ya hizo un trabajo excepcional analizándolo—¿cuál de esos puntos de vista suena como si viniera de una entidad dispuesta a hacer que funcione temporada sin precedentes? Añade más detalles y la respuesta será aún más clara: los jugadores propusieron ampliar la postemporada tanto en 2020 como en 2021, ofrecieron pagos diferidos a los propietarios en caso de que se cancele la postemporada de 2020 para calmar los temores de la Liga de que una segunda oleada del COVID-19 dañe sus ingresos y, ante todo, aceptaron que se les pague a prorrata en lugar de tener una larga batalla de ida y vuelta sobre las finanzas a mitad de la pandemia.
La Liga respondió a la posibilidad de una temporada sin afición, filtrando a los medios una y otra vez cualquier barbaridad que hiciera que los jugadores parecieran codiciosos. En primer lugar, lograron encabezados con la tan cacareada propuesta de compartir los ingresos al 50%, aprobada por la Liga pero que nunca se les presentó a los jugadores porque sabían que estaba muerta al nacer. Luego fueron las mentiras a los reporteros y al público sobre la naturaleza de las negociaciones, a pesar que de los documentos internos confirman que la Liga sabe que el sindicato ha operado dentro de sus derechos de negociación, legalmente, para respaldar la compensación de los jugadores como se define en el acuerdo de marzo. Encabezados, una vez más. La Liga también se negó a responder razonablemente a las peticiones del sindicato de abrir los libros y demostrar que una temporada sin aficionados, con jugadores que ganan salarios prorrateados “completos”, traería una devastación financiera a la Liga. Cuando finalmente respondieron, los documentos de los contratos de televisión y similares “fueron editados tan profundamente que básicamente no tenían sentido”. ¿Cómo es posible cualquier tipo de discusión o compromiso de “buena fe” o negociación con un socio negociador como este?
No es necesariamente una pregunta capciosa, pero debería ser una pregunta reveladora: las negociaciones de buena fe no son posibles con una entidad como la MLB. La Liga se ha pasado la pandemia intentando reunir a los medios de comunicación y al público en general contra los jugadores, sabiendo muy bien que los jugadores siempre estuvieron legalmente amparados. Los dueños han utilizado la pandemia como tapadera para impulsar su agenda preexistente (y, lamentablemente, encontraron un socio dispuesto en ese ámbito con el sindicato cuando se trataba de jugadores aficionados). Ha “negociado” reenvasando la misma idea que el sindicato odiaba desde el principio una y otra vez, sin cambios materiales, sólo cosméticos, y luego ha afirmado que era el sindicato quien estaba siendo poco razonable y terco. La MLB se ha visto muy mal durante todo esto, que es justo preguntarse si su objetivo es acoger una temporada de 2020, o utilizar la pandemia como excusa para vaciar las cuentas bancarias de los jugadores durante un año antes de que pueda comenzar cualquier posible bloqueo relacionado con la negociación del contrato colectivo de trabajo en 2022.
Este tampoco es un tema nuevo. El reconocimiento inicial del sindicato se construyó sobre la mentira y la ilegalidad. El primer contrato colectivo entre la MLB y el Sindicato de Jugadores no se acordó hasta 14 años después de su formación inicial, porque el hombre que aconsejaba esa incipiente asociación era el juez Robert Cannon. Cannon era un verdadero aliado de los dueños: en algún momento estuvo a tan sólo un solo voto de convertirse en Comisionado de la MLB, y cuando el sindicato lo consideró su primer director ejecutivo, la Liga ofreció pagar $150,000 dólares de su salario y gastos. Los jugadores podrían tener su pequeño sindicato, siempre y cuando la MLB pudiera ejercer control sobre él tanto desde dentro como desde fuera, siempre y cuando pudiera ser una “compañía” ilegal o un sindicato “amarillo”, y no uno legítimo. Cuando el sindicato pasó de Cannon a un candidato real que se preocupaba por el trabajo en Marvin Miller, la MLB rescindió su oferta de $150,000, descubriendo de repente ::guiño de ojo:: que pagar ese dinero a Miller sería una violación de la ley laboral.
En 1985, la liga utilizó la suma de un año adicional de control del equipo, pre-arbitraje, como base para poder lanzar la acusación de colusión contra los agentes libres. Las repercusiones de ese acuerdo se sienten aún hoy, en que la mayoría de jugadores pre-arbitraje ayuda a que el impuesto de lujo actúe más como un tope salarial, permitiendo a los equipos a evitar a jugadores quienes merecen un sueldo significativo en favor de opciones más baratas. El daño a corto plazo también fue importante: las consecuencias de la conspiración de mediados de los años 80 dieron lugar al cierre patronal de 1990, cuyo origen fue la ira de los propietarios por el hecho de que los jugadores se atrevieran a enfadarse con ellos durante tres años consecutivos de conspiración. El entonces comisionado Fay Vincent terminó renunciando antes de que pudiera ser despedido por los dueños, ya que era lo más parecido a un adulto de ese lado de la mesa gracias a su reconocimiento de que los jugadores tenían derecho a estar furiosos por los años de mentiras y de retención de sueldo.
El comisionado de la MLB durante la huelga del 94, Bud Selig, habló con la prensa sobre la cancelación de la temporada y la Serie Mundial con su tono más grave, pero tras bambalinas, ya estaba conspirando con los otros dueños—sí, Selig seguía siendo un dueño en 1994, además de ser el comisionado—sobre todas las formas en que podían usar esto como punto de lanzamiento para quebrar el sindicato. Como detalla Jon Pessah en su libro The Game, el ejecutivo de los Red Sox, John Harrington, ya había abordado, y no había sido censurado, el tema del uso de esquiroles para cuando Selig canceló el resto de la campaña del 94. Además, la Liga también intentaría forzar la desaparición de la agencia libre y el arbitraje, alegando que, a pesar de su inclusión en el contrato colectivo, no se garantizaban los derechos de los jugadores, por lo que la Liga tenía el derecho de desmantelar ambos sin más negociación. La jueza de distrito Sonia Sotomayor no estuvo de acuerdo, y el contrato anterior fue reintegrado mientras que la MLB fue obligada a volver a la mesa de negociaciones, poniendo fin a la huelga y a la posibilidad de que la Liga hiciera lo que quisiera en su intento por deshacerse del sindicato.
Hubo colusión nuevamente en 2002 y 2003, y antes de que digas que fue sólo una supuesta colusión, recuerda que la MLB pagó un finiquito al sindicato para acabar las reclamaciones: las entidades, especialmente las dirigidas por barones del robo moderno, no están precisamente en el negocio de pagar finiquitos para probar dicha inocencia. También estaba Selig utilizando la investigación del Congreso sobre el uso de esteroides en las Grandes Ligas como una forma de debilitar al sindicato en público, echando toda la culpa del acuerdo de antidoping de la época a los pies del sindicato y de su entonces Director Ejecutivo Donald Fehr. (En serio, lee The Game.)
El antagonismo es el estado natural de los sindicatos contra la gerencia, obviamente, pero la MLB ha pasado sus décadas yendo más allá para probar que la patronal siempre son los malos de la peli.
Pregunto nuevamente: ¿cómo es posible una negociación de “buena fe” con una entidad como la MLB? El sindicato podría haberse dado cuenta finalmente de la respuesta a esa pregunta—aunque los medios de comunicación no lo hayan hecho—ya que se niega a ceder en la cuestión de la remuneración, como es su derecho legal en esta situación, mientras que los representantes de la MLB se desgañiten por hacerlo. Lo que tiene que pasar ahora es que el sindicato mantenga este ojo escéptico hacia la Liga, que mantenga esta misma energía cuando llegue el momento de hablar de la temporada 2021, y del contrato colectivo para el 2022 y más allá. La MLB no va a dejar de actuar de mala fe, legal o éticamente hablando, y el sindicato y sus miembros necesitan entrar en cada interacción en la mesa de negociaciones de ahora en adelante con eso en mente.
Marc Normandin fungió como editor de MLB para SB Nation y ahora escribe sobre asuntos laborales del béisbol para sus suscriptores en Patreon en marcnormandin.com. Sus escritos sobre béisbol han aparecido en Deadspin, Sports Illustrated, ESPN, Sports on Earth, The Guardian, The Nation y TalkPoverty.
Thank you for reading
This is a free article. If you enjoyed it, consider subscribing to Baseball Prospectus. Subscriptions support ongoing public baseball research and analysis in an increasingly proprietary environment.
Subscribe now