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Image credit: © Darren Yamashita-USA TODAY Sports

Traducido por José M. Hernández

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Cuando Moneyball era sólo un brillo salaz en los ojos de Michael Lewis, Billy Beane era un rebelde con una causa: repensar la toma de decisiones y el análisis en el béisbol. Su tratado inicial fue un artículo largo en la revista del New York Times de Lewis, su futuro Boswell, y, por supuesto, recibió toneladas métricas de críticas de la gente dentro y fuera del juego que declaró que había quemado demasiados puentes para sobrevivir en el béisbol.

Beane se opuso a ese análisis, por supuesto, y en una conversación posterior con uno de sus críticos (bueno, el idiota que firma este artículo) confesó que en su mundo perfecto e inalcanzable, en realidad sería el director ejecutivo de los Dodgers de Los Ángeles. No el gerente general, o el jefe de operaciones de béisbol, sino un inversionista pero sin el traje.

Eso no sucedió, pero obtuvo algunas acciones en los Oakland Athletics y se convirtió en el cerebro flotante de la operación en un frasco mientras los A’s pasaban de ser malos y baratos a buenos y baratos. Nunca estableció el presupuesto perpetuamente disecado, pero operó dentro de él y lo defendió como una necesidad a pesar de que su jefe, John Fisher, era un multimillonario de una familia de multimillonarios que nunca tuvo un año en el que perdió dinero en efectivo.

Pero el verdadero amor de Beane en realidad es el mundo de los negocios, por lo que injertó los principios de ellos en el béisbol y no al revés. Y ahora que todo el mundo juega a Moneyball incluso cuando tiene dinero e incluso en deportes que no son béisbol, sus ventajas han cambiado y se han reducido porque, en la búsqueda de una gestión de béisbol económicamente sólida, la primera regla sigue siendo “tener en tus manos mucho dinero en efectivo”. Beane está en el camino de Al Davis, un genio que encontró la liberación de buscar talento en lugares inusuales con temperamentos inusuales hasta que los millonarios fueron a esos lugares en donde solía comprar solo.

O Beane estaba ahí hasta que encontró la salida: RedBall Acquisition Corporation, propiedad del multimillonario de fondos de cobertura Gerry Cardinale con Beane como su copresidente. RedBall es lo que se llama una compañía de adquisición de proyectos especiales, que recauda dinero para entrar en las adquisiciones de equipos deportivos, y Beane está pasando por alto todo el rollo de ser CEO por completo. De hecho, ahora que RedBall está en conversaciones activas para ayudar a los Red Sox y al propietario del Liverpool FC, John Henry, a sacar su empresa a bolsa, Beane, que alguna vez fue entrevistado para trabajar para Henry como gerente general de los Red Sox, podría convertirse en su igual, o hasta en su jefe.

Este siempre ha sido el plan a largo plazo de Beane, más que ganar una Serie Mundial o mostrar su trasero a toda la gente que se burló de él cuando pretendía hacerse pasar por Brad Pitt. Nunca se trató de béisbol. Ciertamente no se trataba de que le dijeran que no en Oakland año tras año. Se trataba de negocios. Siempre quiso ser un magnate porque los magnates ganan más dinero y le dicen a la mayoría de la gente qué besar y qué posición asumir en el beso.

También se le ha calentado la cabeza con el fútbol desde mucho antes de que descubriéramos a Rebecca Lowe. Su compra más reciente, un 5% del club holandés AZ Alkmaar, se sumó a la compra de una parte del Barnsley FC en 2017. Y ahora, como relevista diestro del Cardenale, pudo alcanzar suficientes alturas para sentarse en la silla de Jürgen Klopp antes y después de los partidos, chacoteando y pareciendo la versión dominguera de Roman Abramovich.

Es, en resumen, mucho más interesante para Beane tener un trozo de Mo Salah que de Marcus Semien. Este es su verdadero trabajo soñado, porque nunca fue un enamorado del béisbol. Sólo le tomó la mitad de su vida para tener la oportunidad de vivir su sueño. Ese trabajo imaginario en los Dodgers sólo habría sido una escala de todos modos porque, bueno, hablamos de Jürgen Klopp. Billy Beane ya no es el tipo que solía llamar a la postemporada un volado porque sus equipos nunca podían ganarlos. Es el tipo que puede renunciar a la Serie de Campeonato para ir a por la Champions League porque ahora tiene 58 años, y tiene una comprensión más amplia de lo que es cool y de lo que es sólo un pasatiempo. En resumen, se va de California, y deja a los Sox por los Scouse.

Así que es el Athletic que ganó. Usó su Moneyball y fue directo a Mogulball. Hizo que el béisbol lo persiguiera, y ahora que sus antiguos colegas lo han entendido y utilizado y se han apropiado de sus filosofías (que él se apropió de Sandy Alderson, quien se las apropió de Branch Rickey), se dirige a un nuevo mundo, planeando esconderse sano y salvo en un encantador penthouse con vistas hacia Anfield, silbando “You’ll Never Walk Alone” porque nadie allí está de humor para oír “Sweet Caroline”.

Y ahora que está tan cerca de ser Billy Beane de la Premier League, puede averiguar cómo hacer que Idris Elba lo interprete en la secuela.

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